Akúfeno
En esto del jazz, solo hay un error fatal: detenerse. Encasillarse, rendirse, dar, si se me permite la expresión, el pescado por vendido. El jazz no se acaba nunca y, para mantenerse sano practicándolo, no hay que dejar de buscarlo aquí y allá. Rubén Salvador pertenece a una generación que tiene muy interiorizada esta máxima, pero que tampoco se olvida de dónde viene. En este caso, el camino más efectivo no es la línea recta entre esos dos puntos (el origen y el horizonte, siempre nuevo), sino el sigzagueo chisporroteante que sigue estimulando a nuestros jazzistas, y que sigue empujándolos a componer, a tocar, a grabar discos.
Salvador no solo sabe tocar su trompeta; también tiene una pluma certera con la que firma la mayoría de las composiciones de este akúfeno: un conjunto de melodías que llevan al oyente por mar y tierra, de Galicia a Euskadi, del bop a sonidos más contemporáneos. Salvador bebe de muchas fuentes y tira de muchos hilos, se resiste a encajonarse, y para ello se nutre tanto de nuevos acompañantes como de viejos conocidos, todos ellos entregados a la artesana labor de dar forma – y vida- a las composiciones envolviendo el dulce sonido del trompetista y llevándolo hasta donde el oído del oyente le deje.
Olvídense del acufeno como síntoma desasosegante de algún trauma focalizado en el oído. El akúfeno de Rubén Salvador es todo lo que debería ser un disco de jazz: un retrato actualizado de dónde se encuentra el músico (y su música) en el momento de ser registrado. Acumula historia tras de sí, y señala una dirección: la de futuros sonidos, armonías, melodías. Hasta entonces, este aKúfeno es un buen lugar para perderse en la música de Rubén Salvador. El único lugar en realidad.