William P. Gottlieb: el maravilloso mundo de la ‘Edad de Oro del Jazz’
- Egunkaria: Drugstore magazine cultural
- Argitaratze data: 2024-11-19
por Luisen Segura
William P. Gottlieb estudió economía y acabó siendo parte de una de las mejores parejas de tenistas amateurs de los Estados Unidos. Pero no fue ni economista ni tenista profesional jamás. Se dedicó a escribir, pero tampoco es fundamentalmente recordado por sus escritos, aunque sería de justicia que lo fuera. Durante diez años, desde los últimos de su juventud, hasta aproximadamente los 31, hizo algo más: fotos. Por ese trabajo es por el que se recuerda a William P. Gottlieb. Fotos de las grandes figuras del jazz de los años 30 y 40, y del mundo de los clubes nocturnos de esta música. Toda su vida, quizás en consonancia con el espíritu de aquel mundo que inmortalizó como ‘La edad de oro del Jazz’, fue una gran jam, una ordenada improvisación, llena de giros imprevistos, de bellas rarezas dulces. Sus fotos constituyen la mejor herramienta para imaginar, para fantasear con un universo hoy desaparecido.
Louis Armstrong, Nueva York, 1946 / Foto: William P. Gottlieb/Biblioteca del Congreso de EE UU.
Gottlieb contó en sus memorias que todo fue consecuencia de un pedazo de carne en mal estado, un filete que comió durante los últimos años de la universidad. Una intoxicación alimentaria le produjo triquinosis. Fue entonces, convaleciente, obligado a guardar cama y reposo durante tiempo, cuando descubrió el jazz. Gracias a las visitas de su amigo Doc Bartle, un pianista clásico aficionado a la nueva música, se acostumbró a pasar el día y la noche embebiéndose de los discos de Duke Ellington, Louis Armstrong y compañía, y leyendo todas las revistas que hablaban sobre ello. Fue así como comenzó a escribir sobre jazz en algunas de las revistas de la universidad, y como llegó a convertise en redactor jefe de la más importante de su college, la Leigh Review.
Sin ninguna experiencia previa consiguió entrar a trabajar en el Washington Post, pasando por diversas secciones técnicas, hasta lograr convencer al periódico de que le cedieran una columna semanal para hablar de jazz. Logró convencerles también de que la columna debería incluir una fotografía, para hacerla más atractiva a los lectores; y consiguió que un fotógrafo le acompañase a los conciertos. Pero el presupuesto no daba para tanto, el Post le quitó pronto al compañero de la cámara. Su fascinación por el poder visual de aquel mundo que tenía en el sonido su elemento originario le hizo asumir, personalmente, la tarea fotográfica. Pagó de su propio bolsillo una cámara Speed Graphic con lámpara de magnesio de un solo destello, la habitual entre los fotorreporteros del momento. Y corrió con todos los gastos de su uso. No podía disparar, por el precio de las bombillas, más de dos, a lo sumo tres, veces por noche. Tenía que esperar el momento, conocer de memoria los gestos y ademanes, el desarrollo en la actuación de cada uno de los artistas que estaban llenando las noches de Washington y Nueva York de inesperados lamentos y alegrías con sus voces e instrumentos. Se convirtió en un artista más de la improvisación, un cazador de luz y miradas excepcional.
Duke Ellington, Nueva York, 1946 / Foto: William P. Gottlieb/Biblioteca del Congreso de EE UU.
Las fotografías y textos de Gottlieb ilustraron el Post, y después hicieron lo mismo en la más prestigiosa de las revistas de jazz, Down Beat. El magazine literario Saturday Review también publicó a Gottlieb, y lo mismo el legendario Collier’s, una de las revistas de mayor prestigio por sus reportajes de investigación, ilustraciones y publicaciones de ficción. William P. Gottlieb se había convertido en una eminencia, con menos de 30 años. En el 43 había sido movilizado y su puesto de combate fue precisamente de oficial como fotógrafo. Y en 1948, con 31 años, dejó de fotografiar. Nadie sabe muy bien el motivo. Dicen que, sencillamente, quería dedicarle más tiempo a la vida familiar, estar con su mujer Delia y con sus hijos. Se dedicó a la enseñanza y a generar documentales y otros materiales educativos. No parece descabellado, visto así, que Gottlieb acabara convirtiéndose, formando pareja con su hijo Steven —que sería fotógrafo profesional—, en uno de los mejores equipos del circuito del tenis amateur de Estados Unidos. Curiosidades de todo artista.
Billie Holiday, Nueva York, 1947 / Foto: William P. Gottlieb/Biblioteca del Congreso de EE UU.
La fotografía de jazz más reproducida de la historia es el retrato que William P. Gottlieb le tomó en plena actuación a Billie Holiday en febrero de 1947, en Nueva York, y que publicó Down Beat. Un primer plano contrapicado en el que el rostro de Billie, con los ojos cerrados, se proyectaba luminosamente contra el fondo negro del ambiente. Una imagen de arrebatadora belleza. Una imagen idealizada, perfecta. Cuentan que, en una ocasión, también en Nueva York, después de que Billie hubiera pasado la etapa de su condena a no poder actuar en público por sus problemas con las drogas, cuando volvía a poder cantar sin restricciones, Gottlieb la encontró tirada en su camerino, casi inconsciente, borracha y drogada, sin vestir. La ayudó a recomponerse, la vistió y la acompañó hasta el escenario. Billie parecía estar lista para cantar, pero no fue así. Lo hizo, pero lo hizo mal. Cuentan que, ese día, que Gottlieb iba pertrechado con su cámara, como siempre, no disparó ninguna fotografía. Al ver a Billie, en aquel estado, guardó la cámara. Tal vez entonces decidió que la ‘edad de oro’ había tocado a su fin, y ya no había nada que retratar.
Calle 52, Nueva York, 1948 / Foto: William P. Gottlieb/Biblioteca del Congreso de EE UU.
William P. Gottlieb murió en abril de 2003. Antes se aseguró de cumplir con uno de sus deseos, el de ofrecer un acceso universal al mundo que retrató entre 1938 y 1948. Donó todo su legado fotográfico a la Library of Congress, para que lo ofreciese en dominio público. Un maravilloso regalo. Las fotografías de ‘La Edad de Oro del Jazz’ de Gottlieb pueden disfrutarse en la web de la Biblioteca del Congreso estadounidense. Abrir esa puerta es adentrarse en un mundo de luces en la noche, de música y silencios, un mundo tan hermoso e imprevisible que solo pudo durar diez años. Suerte que pasaba por allí un tipo tan imprevisible y paciente como William P. Gottlieb, también conocido por Mr. Jazz.